Por Roberto Sosa López
Con esta frase Joe Keller justifica sus acciones, lo hizo por su familia. Junto con su socio y vecino Steve Deever vendieron al gobierno estadounidense refacciones defectuosas para el armamento bélico durante la Segunda Guerra Mundial. Esto provocó la muerte de 21 pilotos cuyos aviones cayeron por fallas mecánicas. Keller y Deever fueron a prisión, durante tres años y medio Keller responsabilizó a Deever. Joe sale libre, Steve queda en prisión.
Sus hijos Ann Deever y Larry Keller se habían comprometido, Larry lleva tres años desaparecido en combate; su madre Kate Keller se niega a aceptar que ha muerto. El hijo mayor de los Keller, Chris se ha enamorado de quien sería su cuñada. Los Keller reciben la visita de Ann, Chris le pedirá matrimonio. Sin embargo para Kate, Ann sigue siendo la chica de Larry, cree que su hijo va a regresar. La historia dará un giro radical cuando se descubre la verdad.
Arthur Miller (1915-2005) escribió “Todos eran mis hijos” en los tiempos de la posguerra. En la sociedad norteamericana aún las heridas que dejó el conflicto bélico no cerraban. Miller se basó en un suceso verídico, fue el de una mujer que denunció a su padre por haber vendido piezas defectuosas al ejército de EE. UU. durante la Segunda Guerra Mundial. La obra se estrenó en Broadway en el Coronet Theatre de Nueva York el 29 de enero de 1947.
En México ha tenido distintas temporadas en diferentes teatros. Una de estas fue en Enero de 2010 en el Teatro Helénico con las actuaciones de Fernando Luján (Q.E.P.D.), Diana Bracho, Silvia Navarro, Osvaldo Benavides, Miguel Pizarro, Alpha Acosta, Martín Altomaro, María Aura y Mario Loria, bajo la dirección de Francisco Franco. La temporada tuvo éxito, fue bien recibida por el público y la prensa especializada.
Hoy se presenta en el escenario del Foro La Gruta con un elenco más sobrio, Arcelia Ramírez, Pepe del Río, Gonzalo de Esesarte, Ana Guzmán Quintero, Eugenio Rubio, Angélica Bauter, Evan Regueira, Fabiola Villalpando y Nicolás Pinto; la dirección, traducción y versión son de Diego Del Río. Adaptación que respeta en tres horas de función casi en su totalidad el texto original.
El problema no son las tres horas si todo lo que compone el montaje no trabaja a favor. Las actuaciones no están niveladas; es una obra que en muchos lapsos es cansada y aburrida; la escenografía es minimalista, el trazo escénico es tipo teatro arena que no permite fluir un texto de estas dimensiones, se congestiona la dramaturgia. La puesta en escena no se sostiene solo con las actuaciones; Diego se recargar en el trabajo actoral, no le funciona.
"Todos eran mis hijos" así como se presenta es extemporánea. Lo que pasa a una familia dentro de la sociedad norteamericana de la posguerra, resulta anacrónico para el público de este siglo. Si se voltea a ver a un clásico contemporáneo como Arthur Miller, se debe poner todo sobre el escenario. Con ésta le quedan a deber al espectador.
Su sintaxis es bastante malita. Hay que releer antes de públicar. Me quedó a deber su critica.