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Foto del escritorPREMIOS ACPT

LA OBRA FLORES NEGRAS DEL DESTINO NOS APARTAN LLEGA AL TEATRO EL GALEÓN

Con una puesta en escena cuyo discurso se construye a partir de la cinematografía y la música, Flores negras del destino nos apartan, de la compañía El Mirador, tendrá temporada en el Teatro El Galeón Abraham Oceransky del Centro Cultural del Bosque, del 7 al 27 de junio, en el marco de #VolverAVerte de la Secretaría de Cultura federal y el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL).


El texto escrito por Belén Aguilar y José Juan Sánchez está basado en la novela Canción de tumba de Julián Herbert. Con la interpretación de José Juan Sánchez y Lorena Glinz, bajo la dirección de la propia Belén Aguilar, tendrá funciones los lunes, martes, jueves y viernes a las 20:00, sábados a las 19:00 y domingos a las 18:00 horas.


Esta pieza forma parte del programa de Dirección Joven, impulsado por la Coordinación Nacional de Teatro del INBAL, el cual tiene por objetivo abrir un espacio profesional a proyectos cuya producción y realización estén a cargo de jóvenes talentos.


Canción de tumba y la autoficción


Flores negras del destino nos apartan basa su narrativa en la obra del escritor guerrerense Julián Herbert, Canción de tumba, ganadora de los premios Jaén de Novela 2011 y de Novela Elena Poniatowska en 2012. Esta historia recurre al género que los críticos literarios designan como autoficción, la cual, si bien existe en tradiciones literarias de varios idiomas, ha adquirido mayor presencia en los últimos años en América Latina y España.


Este género destaca por presentar fundidas la verdad autobiográfica y la ficción; en el caso de esta novela, cuenta la vida de Guadalupe, quien durante años se dedicó a la prostitución y hoy convalece en una cama de hospital, mientras su hijo hace un viaje a través de la memoria: un dibujo a mano alzada lleno de ternura, humor y una crueldad absoluta, a la par del retrato de un país asolado por la corrupción, la violencia y la destrucción.


Los recuerdos en imágenes


La puesta en escena se compone de dos elementos que construyen un discurso estético: la cinematografía y la música. Asimismo, parte de la premisa de que cuando hablamos del otro, o cuando recordamos, se crea una ficción para abordar los recuerdos a través de imágenes cinematográficas y acompañar con boleros cubanos la memoria emotiva de los personajes.


La madre, interpretada por Lorena Glinz, se hace presente a través de las imágenes proyectadas y de la música. El hijo, representado por José Juan Sánchez, es el encargado de unir los recursos escénicos que le dan sentido a la propuesta.


El actor, junto con Belén Aguilar, trabajaron en la adaptación. Sobre este proceso, la también directora de escena expresó: “Abarcar escénicamente la obra de Julián Herbert desde todas las capas que su escritura propone, resulta una empresa imposible, al menos para mí. Decidí tomar la línea más evidente, pero al mismo tiempo con la que me sentía más identificada. ¿Quién no va a sentir empatía al escuchar la historia de la compleja relación entre una madre y su hijo? Esta pieza es una carta abierta y sin pudor al dolor que causa la reconciliación y el rompimiento con la mujer que nos enseñó a mirar el mundo”.


La escenografía e iluminación corresponden a Jesús Giles, la música original y el diseño sonoro son de Cristóbal MarYán, la fotografía de Ernesto Madrigal y la coreografía de Mauricio Rico.





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