Por Roberto Sosa López
Añoranza y melancolía al recordar otros tiempos, aquellos cuando el público asistía y llenaba los teatros. Una pareja de actores está a punto de dar función, ella una gran actriz venida a menos, él un actor desconocido. Dan tercera llamada, pero la sala está vacía, aparece un asistente para informarles que la función se suspende; ella le pide prestado “un cien” para un café. Él sentado en una orilla llora de tristeza. “No qué no podías llorar…?”
Ataviados para la representación actúan, los espectadores son los títeres que están a sus espaldas en un teatrino y una araña que aparece en el techo. Toman fragmentos de relatos y dan función, construyen e inventan personajes; se divierten, bailan, pelean…discuten. La tristeza cambia por miedo, escuchan ruidos, saben que en todos los teatros habitan fantasmas. Un títere se hace presente.
La autoría y dirección son de David Olguín, escribe desde su propia nostalgia, como creador y gente de teatro sabe lo que significa para un actor la ausencia de público antes de salir a escena. Cancelar una función duele y entristece, su texto fundamenta la importancia de los asistentes en la sala. Y se pregunta entre oras más ¿Cómo sobrevivir haciendo lo que más amas…? ¿El teatro es una hermosa bestia en extinción…?
La dirección no fue –creo- problema para él, cuenta con dos grandes actores, solo fue necesario darles el texto y dejarlos ser, el escenario es su hábitat natural. Junto con ellos Olguín le comparte al público una ficción dentro de otra, sin caer en el trillado metateatro, que generalmente repite paradigmas del quehacer teatral. Su propuesta es exhibir la soledad interior que sienten los actores ante una sala de teatro vacía.
Las actuaciones son de Laura Almela y Mauricio Pimentel, su trabajo es especialmente sensible, interpretan a dos actores en condiciones tristes y lamentables. Y desde otro ángulo se están interpretando ellos mismos. Una dicotomía actoral muy interesante que refleja el vacío que habita un teatro sin asistentes y dos actores que se “llenan” de ese vacío para dar una representación gozosa con su única presencia.
La nostalgia no es una obra solo para teatreros, ahí cabe el público que consume y ama el teatro. Es un mensaje para recordarle que su presencia es y será siempre indispensable para los creadores. El teatro no sería posible sin el espectador; dramaturgos, productores, creativos y actores no harían grandes obras, grandes espectáculos sin público. Toda su creatividad y talento es pensando en los asistentes.
Escenografía e iluminación, Gabriel Pascal; vestuario, Mauricio Pimentel; diseño de maquillaje y peluquería, Maricela Estrada. Las funciones son en el Teatro El Milagro los lunes a las 20:00 horas hasta el 30 de septiembre.
Comments